La plaza tiene el pasto recién cortado. En la impecable pista de cuadreras, los partidores reciben los últimos ajustes. Un grupo de vecinos prepara sillas y mesas en el club; a lo lejos, los pasacalles de bienvenida custodian los accesos al pueblo. El atardecer de sábado en Franklin es pura expectativa: mañana, vecinos de ayer y de hoy volverán a coincidir en la segunda edición de la Fiesta del Reeencuentro.
La celebración se retomó en noviembre de 2006 -luego de 27 años de silencio- como parte del programa Pueblo, una iniciativa de entidades no gubernamentales y organismos públicos que busca devolver el impulso a pequeñas localidades del interior bonaerense. Fue un éxito absoluto: más de mil personas llenaron de aire fresco los pulmones del paraje, de apenas 71 habitantes y castigado por el cierre de muchos de los tambos de la zona, atravesada por los distritos de San Andrés de Giles, Mercedes y Suipacha.
La fiesta incluyó un almuerzo de campo, espectáculos musicales, carreras cuadreras y las infaltables competencias de sortija. Pero además de traer de vuelta al pago a viejos pobladores, permitió reunir el dinero necesario para concretar -con mucho esfuerzo- varios anhelos de los vecinos: la plaza luce ahora con orgullo su flamante ermita. Y la estación recibe con pintura y techo nuevo a los pasajeros del ferrocarril San Martín.
Rodeado por rebeldes caminos de tierra, que a veces parecen querer competirle en dificultad a los mejores reservados de jineteada, el pueblo -en plena etapa de preparativos para la fiesta- se anima a soñar en voz alta. Así asoman los planes para restaurar la vieja cabina de cambios de la estación y poner en marcha microemprendimientos de apicultura. No hay lamentos ni evocaciones de viejos tiempos de esplendor: en Franklin, mientras la noche se adueña lentamente de los campos, sólo se habla de futuro.
Reencuentro en Franklin
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